domingo, 22 de noviembre de 2009

PLUTÓN YA NO ES UN PLANETA




AFP/EFE 24/08/2006
Plutón deja ser considerado planeta tras el acuerdo de la comunidad astronómica internacional


Sentado al volante de su coche, oyendo sin escuchar la misma emisora de todos los días, soportando el viscoso tráfico de acceso a la ciudad y deseando alcanzar el café con leche, más que por terminar de despertarse, por que suponía quince minutos más de evasión de ese cólico miserere que era su oficina, Francisco miró con desgana la corbata que llevaba ese día. Otra corbata de seda, pensó, ¿no se cuantas puedo tener? Un día se le ocurrió comentar en una reunión familiar que le gustaban y, desde entonces: cumpleaños, navidades, día del padre, santo, porque sí, porque se que te gustan mucho…, hemorragia imparable de corbatas. Y eso que a él lo que le gustaban de verdad eran los zapatos, pero visto lo que había sucedido con los apéndices del gaznate, nunca se atrevió a comentarlo. Se los compraba él, italianos, de tafilete, suaves, que mimaban los pies y que siempre le gustaba llevar impolutos porque, como le enseñó su padre: “un gañan, con unos zapatos buenos y limpios, parece un duque”.
Un bocinazo lo recuperó de sus especulaciones estilistas. La cola de coches había arrancado y él, absorto en sus pensamientos, no. Eso debió provocar en el penitente que iba detrás el efecto de una anfetamina ya que, además de apretar el claxon, gesticulaba arrebatadamente con ademanes sicalípticos. Le miró compadecido por el retrovisor y arrancó para continuar el camino de perdición que llegaba hasta el centro de la ciudad, dónde se encontraba su oficina.
Unos cinco coches se quedaron delante del suyo en el semáforo del último cruce antes de su destino y desde allí observó al indigente que se acercaba a la ventanilla del que estaba situado en primera fila. Era un elemento curioso, con la tez muy morena y una melena de cabello blanco, arrastraba una bolsa deportiva en la que Francisco suponía que llevaba sus pertenencias. Los pantalones extremadamente cortos, dejaban ver unos calcetines blancos, de tenista, y su cabeza se cubría por un sombrero de paja tipo canotier que junto con una chaqueta blazer le confería, de cintura para arriba, una apariencia incluso elegante. Hacía varias semanas que, intrigado, le veía proceder todos los días. El hombre se dirigía a la ventanilla del coche, hablaba y se retiraba de nuevo a la esquina. Nunca recibía dinero, ni cuando el conductor de turno extendía anhelante el brazo intentando dejar unas monedas en sus manos. Nunca las recogía, simplemente tocaba el ala del sombrero e inclinaba la cabeza en señal de saludo.
Por ese azaroso comportamiento del destino, ni un solo día le había tocado quedarse en primera fila, lo que había incrementado su ansiosa curiosidad por saber que decía ese hombre. Pero ese día, cuando los coches comenzaron a andar, ralentizó la marcha del suyo y, desoyendo los exabruptos que lanzaban desde el que le seguía, consiguió llegar al semáforo cuando este cambiaba a ámbar, a lo que respondió frenando en seco. No escuchó el chirrido del frenazo del coche de detrás, toda su atención se centraba en el hombre que caminaba hacía él. Abrió la ventanilla justo cuando llegaba a su lado y sintió como le observaba unos instantes y, finalmente, le decía:
- El tiempo se ha detenido, pero Plutón ya no es un planeta.
- ¿Perdón? – respondió Francisco desconcertado.
- Después de setenta y seis años Plutón ya no es un planeta, ha recuperado su vida. Un día fui como tú, pero mi tiempo se detuvo y deje de ser un planeta.
- ¿Y qué es ahora?, ¿qué eres tú?
Pero, el semáforo volvió al verde y el concierto de pitidos, gritos e improperios le impidió escuchar la respuesta. Para su desesperación vio como el hombre retrocedía y realizaba la ceremonia de despedida que le había observado hacer otras veces. No tuvo más remedio que avanzar y observar, mientras se alejaba, como volvía a su posición en la esquina. Absorto en lo que había pasado llegó hasta su despacho y se zambulló en la red tratando de esclarecer las palabras que había escuchado. Tecleó el nombre del planeta en el buscador y entró en una página que informaba de la decisión de la Unión Astronómica Internacional de retirar la condición de planeta al astro. Busco en una y otra pero, descripciones científicas aparte, no encontró nada que le iluminara, que le acercara a poder interpretar lo que había escuchado.
Paso el resto del día tratando de centrarse en el trabajo pero le fue imposible, como imposible le fue conciliar el sueño esa noche. Las palabras dislocadas, sin sentido aparente, que le había espetado el habitante de la esquina, habían atrapado su mente y comenzaron a convertirse en una penitencia mental que le condenaba a volver sobre ellas una y otra vez. Aunque no las comprendía querían tener sentido, a pesar de no poder interpretarlas, sabía que le decían algo.
Al día siguiente, en un esfuerzo inútil por encontrar alivio para su ofuscación, salió de su casa mucho antes de lo habitual, pero cuando llegó a la deseada esquina encontró a un hombre que vendía un periódico de caridad y ni rastro de su oráculo. Detuvo su coche y se acercó al vendedor:
- ¿Busco a un hombre que está aquí otros días?
- ¿Me compra un periódico?
- Si me dice quien es ese hombre.
- El sombrerero
- ¿El sombrerero?
- Así le llaman, pero no se porqué, solo le conozco de unos cuantos días.
- ¿Y sabe donde está?
- No. Cómpreme el periódico.
- Tomé, – le dio unas monedas – quédeselo y se lo vende a otro.
- Gracias amigo.
Necesitaba un café, no era capaz de procesar la información sin una dosis de cafeína, así que se encaminó a la cafetería y cuando llegaba a la misma observó como el hombre que buscaba subía por la calle en dirección a él. Arrastraba sus pies como una historia pesada, a pesar de lo cual mantenía un porte elegante. Espero que llegara a su lado con la misma inocencia de un niño que ve pasar las carrozas de la cabalgata de reyes y le miró a los ojos. Eran claros, afilados y peligrosamente inofensivos. Tuvo que hacer un esfuerzo para desviar su mirada y decir:
- Le invito a un café.
- Solo tomo té.
Se sentaron en una mesa y Francisco le interrogó ansioso:
- Usted me dijo algo el otro día que no he sabido interpretar.
- No todo lo que digo tiene interpretación, – dijo para desilusión de su interlocutor, pero tras un instante continuó – pero ese no es su caso.
- ¿Me recuerda entonces?
- Un día fui como tú pero el tiempo se detuvo y deje de ser un planeta, como ha hecho Plutón. – dijo como respuesta.
- ¡Eso es, eso me dijo! ¿qué quería decirme?
- Nada especial, sólo que un día decidí dejar de ser un planeta, de dar vueltas alrededor de un sol que no calentaba, pero que cada día me abrasaba un poco más y que, con una tremenda fuerza gravitacional, me engullía poco a poco. Pero para darme cuenta se tuvo que parar el tiempo y, en ese instante, como todo estaba quieto, inerte, pude entender que tenía que dejar de ser un planeta más, como ahora ha hecho Plutón, y decidí ser…
- ¿Qué?
- Su corbata es bonita. – respondió desconcertándole.
- Gracias, ¿qué decidió ser?
- No lo se todavía.
- ¿Y por que se paró su tiempo?
- Se lo llevó Alicia… mi hija. Se lo llevó para siempre... – y con una expresión de derrota en su cara continuó – ahora me tengo que ir.
Sus palabras sonaron con una tremenda lentitud, como todas las palabras que están fabricadas con el pesado plomo de la tristeza. Vio como se incorporaba. Le hubiera gustado detenerle, hacerle cien preguntas más, pero algo le decía que no debía, que había agotado su cuota. Decidió agradecerle esos minutos y se quitó la corbata.

- Tome, quédesela.
- Gracias – respondió poniéndosela al cuello como una bufanda y con un gesto de gratitud en su cara continuó– Hágame caso,. No espere a que se le paré el tiempo para dejar de ser un planeta.
- ¿Puedo preguntarle una cosa más?
- Si es solo una…
-¿Por qué le llaman El sombrerero?
- Pregúntele a Lewis. – y, sonriendo, se dio la vuelta saliendo de la cafetería.
Estuvo a punto de volver a ir detrás de él y preguntarle quién era Lewis, pero entonces se dio cuenta y recordó el pasaje del cuento: “El tiempo -le dice el Sombrerero a Alicia- se ha detenido para siempre en las seis... Aquí estamos siempre en la hora del té”.
Entonces, abrió los ojos, comprendió que todo era un sueño… y decidió dejar de ser un planeta.

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