sábado, 24 de enero de 2015

ENVIDIA

La envidia me invadió ayer en la Sala de Cámara del Auditorio de Madrid. Podría decir que era admiración, que era asombro, que era fascinación, que era cualquier otra cosa, pero no, era envidia. Envidia de ver como, desde un escenario, se puede crear tanta belleza, arrebatar tanto el sentimiento y robar el aliento a todos los que allí nos encontrábamos. Una vez más, eso es lo que hizo Mayte Martín. 

Y sin embargo, no fue una vez más..., para mí, no lo fue. He visto y escuchado muchas veces a Mayte (y siendo muchas, son muchas menos de las que me hubiera gustado) y, tengo que decir, que ayer la vi en un estado de gracia especial, vaciándose con la entrega de siempre, pero disfrutando mucho de lo que hacía y, si siempre consigue atraparme, ayer me desarboló. Quizás las situaciones emocionales influyen en cómo sientes determinadas cosas y probablemente, en ese sentido, mis defensas son, ahora, algo más bajas. Es posible, pero no fui el único que se sintió así, fuimos muchos, fuimos todos.

Así se lo dije cuando pude abrazarla tras el concierto. Abrazo con el que trate de devolverla parte de lo que nos había dado, aun sabiendo que siempre sería una escasa recompensa. Puse todo mi cariño y agradecimiento, pero no le devolví ni una milésima parte, era imposible.

Acompañaron a Mayte esos tres magos que no son de Oriente, pero siempre traen regalos, Y que son: Chico Fargas, que tiene un grado de complicidad con el flamenco que he visto en muy pocos percusionistas, Juan Ramón Caro y José Luis Montón (genial, por acertada, esa definición de poeta de la guitarra) que, a pesar de que la técnica se opuso a veces, sonaron espectaculares. Por cierto, hablando de envidia, le dije al maestro Montón que habían dejado a las campanas de la Almudena  llorando de envidia al escuchar como sonaban sus guitarras. Estoy seguro de que así fue.

La estructura del concierto fue la misma que en la noche de Sabatini (que ya fue una gran noche), pero ayer hubo momentos en los que se superó con creces. Los campanilleros, me sonaron profundos y la imagen de La niña de la Puebla se me hizo presente. Como presente se me hizo el embrujo cimbreante de Carmen Amaya en La Tana o presente tuve a Valderrama y Marchena (que tanto gustaba a mi padre) en una guajira que, si siempre me ha embelesado en la voz de Mayte, ayer me hizo saborear esa canela azucarada de la letra que, ciertamente, ayuda a curar.

Hubo peteneras, tientos, tangos y las bulerías, que nos llevaron de paseo por la Sevilla de María de las Mercedes y que volvieron a sellar un compromiso que, escuchado como ayer, termina siendo sagrado.

La serrana y unos fandangos asombrosos, en los que la entrega fue total, nos llevaron al homenaje a la América española y con la preciosa Milonga, Yupanqui también se me hizo presente en esa abofeteadora (o así debería serlo para esta sociedad que hemos creado) estrofa: Desprecio la caridad por la vergüenza que encierra, soy como el león de la sierra vivo y muero en soledad. 

Finalizando, vinieron  las Sevillanas del Maestro Pareja Obregón y, con la última, escuché el silencio, vi al Gran Poder alejarse de La Campana, mecido por sus costaleros y recordé algo que oí una vez  a uno de ellos en Sevilla y se me quedó grabado:

No podría, mi alma, no podría
Si al levantar el paso, no pensara
-rebosante la fe, la entrega clara-
que es Cristo o su Madre quien va arriba

En fin, resulta imposible describir con palabras un concierto tan cargado de sensaciones en el que cada uno de los temas fue todo un acontecimiento. Mayte estuvo absolutamente increíble de voz, de recursos, de hondura, con esa manera suya de crear silencios, de ir de lo más bajo a lo más alto, para volver a bajar y rematar la pieza cuando parece imposible llegar. Cuajó una actuación soberbia, sutil, poderosa y mágica en todo momento. Una gran noche, en la que el Bis no pudo ser más acertado: SOS... A esas alturas todos nuestros corazones necesitaban atención médica urgente y yo, una vacuna contra la envidia.

Gracias otra vez Mayte, por todo...

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