Un año más de vuelta. La amenaza de la rutina, la sombra del hastío y la pereza de volver a la normalidad nos invaden cuando se acaban los días de verano. Nuevos propósitos que poco a poco iremos incumpliendo. Ideas a desarrollar que, tras unos meses, seguirán siendo sólo eso, ideas. Este año, además, nos acechan un sin fin de incertidumbres económicas y políticas que añaden pesadumbre a la reincorporación.
Pero es que el verano no sería lo mismo sin esas sensaciones, sin esa certeza de un final que nos devuelve a todos a la realidad. Si lo que cada uno hacemos en verano no tuviera fin, entonces perdería todo su hechizo, se nos volvería monótono, rutinario. Nos encontraríamos deseando volver a responder correos, cerrar reuniones, completar jornadas de catorce horas y dar codazos a diestro y siniestro para hacernos hueco.
Somos así, es nuestra condición humana. Aquello que tenemos en exceso pierde todo valor. La obligación mata la ilusión. El exceso aniquila el deseo. Quizás todos deberíamos aplicar esa afirmación de León Tolstoi que decía: "Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo". Pero, con sinceridad, no conozco a nadie que actúe así. A nadie.
Para tratar de combatir esa sensación de derrota que genera el retorno, desde hace años, dedico mi primer fin de semana a repasar las fotos del verano y hacer algún video con algunas de ellas para que me sirva de agarradera cuando la zozobra apriete más fuerte. Os dejo el enlace al que este año he realizado con fotos de Sancti Petri, su islote, su castillo y su impresionante puesta de sol (ahora entenderéis porqué es "Allí donde el sol se pone"). Como digo en el comentario, la música es la misma que escuchamos en "El Apretaito", con una de las maravillosas piñas coladas de Jorge en la mano y la emoción contenida mientras contemplamos el espectáculo. Espero que os guste.
http://youtu.be/zF7rOnjTOZE
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